Viví en Barcelona hasta los veinticuatro años, y es ahora treinta años después, cuando descubro rincones, personajes y situaciones inéditas de la ciudad donde nací. Quizá, porque al no vivir aquí, la miro con otros ojos, porque sé que mañana ya no estaré. O, quizá, porque ya no pertenezco a un barrio determinado, hoy duermo aquí, mañana allí y eso me da la oportunidad de recorrer otros trayectos, de visitarla con los ojos de un extraño que descubre con curiosidad una ciudad llena de encanto.
En todas las ciudades que he visitado, la parte antigua es la que más reclama mi atención, con diferencia. Así, el Raval, el Gotico y el Borne son para mí la esencia de la ciudad. De hecho, era el raval el que marcaba los límites de la urbe, un río cuyo cauce eran las ramblas y que pasó a formar parte con la ampliación de las murallas medievales.
Pero, no vamos a centrarnos en lo típico, en los lugares recurrentes que aparecen en todas las guías. Queremos profundizar en las realidades que permanecen sumergidas en el vaivén de la ciudad y que solo un pateador que conozca las calles puede mostrar al mundo.
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